Polio Place

As a consequence of the effects of poliomyelitis, I wore an orthopedic “apparatus” that went all the way up my leg to just under my knee and afforded support for my ankle.

I utilized an “apparatus” like that until I was four years old, when the orthopedist authorized my parents to buy, instead of that, some shoes with laces, a type of small boot, that would cover my ankle to avoid letting my foot double under while walking.

I, who truly hated small boots, yearned to wear something like those styles people admired in the shop window of the only shoe store in my town, so that, when I went by there, on arriving home I would tell my father to buy me some “normal” shoes.

When I was 8 years old, faced with my insistent perseverance, my father gave me money to go to the shoe store and buy myself whatever shoes I wanted. Therefore I bought some “crocodile skin” shoes (a type of moccasin), the ones I wore for the very first time on the day of my First Communion.

Barely a week later my right shoe was completely deformed, just like my foot, but that didn’t matter to me at all. I continued wearing them until they became completely worn out, and from that moment on, I always wore “normal” shoes.

Today, my rehabilitation doctor and my orthopedic doctor think it was a bad decision, and given my present condition, I’m convinced that they’re right, but at that moment I felt like the happiest boy in the world.

A consecuencia de las secuelas que me dejó la poliomielitis, usaba un “aparato” ortopédico que me llegaba hasta abajo de la rodilla, y el cual daba firmeza a mi tobillo.

Un “aparato” como ese utilicé hasta los cuatro años de edad, cuando el ortopedista autorizó a mis padres a que, en lugar de eso, me compraran unos zapatos con agujetas, tipo botín, que me cubrieran hasta el tobillo, para evitar que mi pie se doblara al caminar.
Yo, que verdaderamente odiaba los botines, añoraba usar alguno de esos modelos que se apreciaban en el aparador de la única zapatería que había en mi pueblo, así que, cuando pasaba por ahí, al llegar a casa le decía a mi padre que me comprara unos zapatos “normales”.

A mis 8 años de edad, y ante mi perseverante insistencia, mi padre me dio dinero para que fuera a la zapatería y yo mismo comprara los zapatos que quisiera, así que me compré unos zapatos de “piel de cocodrilo” (tipo mocasín), mismos que estrené justo el día de mi “Primera Comunión”.

Apenas una semana más tarde mi zapato derecho estaba completamente deforme, tanto como mi pie, pero eso no me importó. Los seguí usando hasta que quedaron completamente inservibles y, a partir de entonces, usé siempre zapatos “normales”.

Hoy mi Médico Rehabilitador y mi Médico Ortopedista opinan que fue una mala decisión y, dada mi condición actual, estoy convencido de que tienen razón, pero en aquel momento me sentí el niño más feliz del mundo.